domingo, 10 de julio de 2011

EL BESO DEL CALAMAR

EL BESO DEL CALAMARMonica Gameros
Segundo Cuento publicado, del libro Estación fin del tiempo
Editorial Start Pro (2008)



Son las 7:30 horas de un día más. Uno laboral porque los ríos de gente continúan sus cotidianas excursiones. Millones de tacones marchan desde el oriente de la ciudad hasta la zona bonita de Polanco, ahí las mujeres se encargan del orden rodeadas de cables, asidas a las pantallas de computadoras, conectadas -como un gusano- desde su cerebro hasta las extensiones telefónicas; todas bailan sobre los conmutadores, hacen el amor frente a los equipos de fax, se maquillan frente las copiadoras…

Amadas y retenidas por más de 8 horas, las mujeres de los pobres viven bajo el control de las máquinas que las hacen suyas y les devoran las ganas, las mantienen atadas con grilletes del checador para dar lo mejor a los hijos que las esperan en silencio de la mano de la nana con cabeza de pantalla. Por la tarde, casi al anochecer, retornarán a sus hogares cansadas y fastidiadas, van en silencio, con la mueca tibia, la palidez en sus rostros y el cansancio crónico apenas maquillado con carmín. Peinan sus cabelleras oxidadas, tapan sus anemias con maquillaje barato y sonríen a los recuerdos fugaces. Las más jóvenes también guardan silencio pero no dejan de tener ese rostro de novicias dispuestas a la batalla por el futuro que nunca llegará.

Todas viajan montadas sobre el gusano naranja que conecta las orillas de la metrópoli cobriza y putrefacta. Viajan en silencio sin pensar en el tiempo que se escurre como agua. Viajan en silencio sin retraso para morir. Viajan por las calles sobre millones de tacones y caminan en automático, como si el tiempo estuviera perdido, van sin mirar, sin sentir, sin ansiar, sólo hay que llegar, siempre con prisa, siempre desconectadas, siempre perdidas. Todo resulta un sueño, una película de Buñuel.

Todas viajan montadas en el gusano naranja y sueñan con las historias sensacionales de sexo y amor que esperan de sus maridos en discos versión pirata: sé feliz, sé dueña de tu vida, escucha los cantos de los empedernidos patanes que siempre te amaran sin entender su bestialidad.

La cantata en la televisión no se detiene jamás: alíviate de la angustia con el libro de medicina tradicional; baja de peso con las cremas milagrosas, aún eres mujer, aún mereces amor, aún puedes sentir pasión.

En medio de las piernas femeninas, bajo las faldas, dentro de un cuerpo lacerado por la mugre que le adorna la profesión de pedir una ayuda; el limosnero viaja  con sus piernas que lucen como los tentáculos de un enorme calamar, muertas sin energía ni movimiento alguno, detienen el vuelo de los brazos que caminan para suplir a los tentáculos.

Su mano, delgada en extremo, jala abrigos y gabardinas, piden una moneda sin decir palabra. Él calamar extiende los ojos y los pone con delicadez sobre las yemas de los dedos para ver de qué calibre es la moneda que ha recibido. Clasifica sus monedas, continúa su trabajo, la mayoría de las veces es ignorado. Algunos dedos le dicen No, otros lo rechazan con un ademán de No me toques. Él recibe la negativa como la recepcionista que contesta una llamada que se corta justo al descolgar el auricular; sin más, pasa a la siguiente mano, chaqueta, falda, pierna, bolsa de Plástico; lo que alcance primero, pero es cómo si no estuviera ahí y las cosas pasan sin pasar.

El Calamar, llega hasta mí sobre sus palmas. Los ojos apagados, son serenos pero no brillan; están cansados de hablar por esta persona que ya no tiene palabras para seguir pidiendo ayuda

-¿Para qué?, ¡es saliva mal gastada, a nadie le importa lo que te pasa, te dan el cambio, lo que les sobra. Con suerte, algunos se levantan del lado derecho de la cama y permanecen tranquilos en su camino al trabajo, ese día dejan caer una moneda de diez o de cinco pesos, esos son generosos y compartidos!

Dice El Calamar frente a mis rodillas, mientras lo veo con cierta vergüenza y contesto con los ecos del desempleo.

-Pues te quedo mal, no tengo ni en que caer muerta, pero si te sirve traigo dos boletos del metro.

-Pues qué se le hace…Contesta con media sonrisa mientras se prepara para desmontar el gusano naranja que ahora se desliza por un túnel para dejarnos ver la ciudad con sus tendederos buscando al sol, esperando al viento que transforma las ropas colgando en hilos de colores papaloteando.

El calamar me mira de reojo, morbosamente adivina por un espacio entre mis piernas, el color de mi tanga bajo la falda. Sus ojos babean sobre el hilo de mi falda y sus labios, se mueven blanquecinos como un perro con rabia. De pronto se da cuenta de que le he pillado; espera una reprimenda y al mismo tiempo envía un beso con sus labios teñidos de cocaína. Separo mis piernas en el momento justo en que al Calamar se lo llevan, en contra de su voluntad, millones de tacones que corren sin entender que sus ojos estaban ocupados.

Los tacones salen disparados, arrastran al Calamar, a sus ojos hipnotizados y a su lengua morbosa. Les importa un bledo todo ¿quién tiene tiempo para esperar a un invisible cuerpo que no habla, no camina, no se apresura?

Los ojos echan una última mirada y yo abro más las piernas. Un momento después en que se cierra la puerta, escucho la voz clara y fuerte del Calamar que grita

-¡Gracias nena!

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